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ENTREVISTA A A. CISTERÓ (el Triangle 8.2.2020 -bilingüe)

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El pasado se ha de asumir, aunque ello implique arrepentirse.

La fractura entre catalanes que ha generado el proceso no es un efecto colateral, sino su centralidad, el núcleo de la cuestión, y esto no se arregla solo con política, aunque esta sea imprescindible. Todos estamos obligados a hablar, mucho, con respeto, pero sin pelos en la lengua.

El passat s’ha d’assumir, encara que suposi penedir-se’n

La fractura entre catalans que ha generat el procés no és un efecte col· lateral, sinó la seva centralitat, el nucli de la qüestió, i això no s’arregla només amb política, encara que aquesta sigui imprescindible. Tots estem obligats a parlar, molt, amb respecte, però sense pèls a la llengua.

ENLLAÇ A EL TRIANGLE -Entrevista original feta per Peru Erroteta.

TEXTO EN CASTELLANO

Peru Erroteta: Se ha asociado tanto la memoria histórica a la Guerra Civil que casi parecen sinónimos…

Yo veo la memoria histórica como algo mucho más global de cómo se enfoca ahora. Por supuesto, memoria histórica es lo que pasó en la Guerra Civil, con la represión franquista, etc., pero, en cualquier cuestión de la vida, para afrontar un reto de futuro hay que tener en cuenta las experiencias. Stefan Zweig decía que no recordaba cuando empezó a oír el nombre de la persona que ha llevado a los peores males a la humanidad (Hitler). Hay signos que solo con la aportación de la memoria histórica podemos identificar. A partir del estudio de la película de André Malraux Sierra de Teruel, para escribir mi novela Campo de esperanza, empecé a interesarme en la cuestión y descubrí todo un mundo de información casi inédito, con iniciativas muy meritorias. Por ejemplo, una web que recoge todas las listas de los pasajeros que embarcaron hacia el exilio, y otra en la que se pueden demandar testigos e información sobre la localización de las víctimas.

Dice la letra de la Internacional que «del pasado no dejaremos ningún rastro». ¿Consideras que esto concierne también la memoria histórica?

En absoluto. El pasado está aquí, inamovible. Otra cosa es como lo vemos. La clave para abordarlo es la honestidad de quien lo mira, para interpretar el presente y encarar el futuro. El pasado es una realidad, está integrado por hechos que ocurrieron, documentados en muchos casos. Los miles de muertos por la represión, después de la guerra, son un hecho. Esto pasó. Después, según el cristal con que se mire, se pueden hacer lecturas de aquel hecho, pero el hecho no se puede negar.

El pasado, sin embargo, también es susceptible incluso de inventarse, tal como ponen de manifiesto los nacionalismos, proclives a construirse historias a su medida…

Porque se utiliza el pasado segmentándolos en interés propio. Un hecho es un hecho. A partir de aquí, la valoración del hecho puede variar. Se puede interpretar un cuadro, pero el cuadro está aquí. No se mueve… Otra cosa es la adulteración de los hechos, e incluso su invención. Y esto no tiene nada que ver con la memoria histórica, porque entra a formar parte de los mitos, que no son sino relatos que buscan dar una explicación a un hecho.

 En cualquier caso, ¿la memoria histórica se puede considerar una herramienta necesaria para hacer frente a las construcciones ideológicas, los relatos, que poco o nada tienen que ver con la realidad?

Claro. Y la verdad es que hay un cierto déficit en la batalla de la memoria. Déficit que viene del exceso, no de información, sino de ruido. Quien más grita o quien tira la piedra más grande, hace mover el estanque. Y eso no quiere decir que sea un cuerpo de certeza, honestidad, ni nada. Esta es una de las cosas que me llevan al pesimismo. Tienen mucha más voz los dogmáticos, los que mitifican a su favor, que los neutrales, que los científicos, por decirlo de alguna manera. Y hay algo aún más preocupante, que es la misma agua: los que lo oyen, los receptores. La sociedad se lo traga todo.

¿Percibes, en este sentido, que tu trabajo de divulgación respecto a la memoria histórica y las reivindicaciones políticas despiertan el interés que se merece?

En absoluto. A ningún nivel. Hace ya unos años, a partir de mi idea de que las izquierdas tenían que ir unidas, hice un estudio comparativo de los programas de todas las formaciones políticas y los colectivos sociales de izquierdas. Valoraba si en los programas de cada uno aparecían explícitamente o implícitamente determinadas propuestas. Lo plasmé en un libro. En el 36, los partidos que formaban el Frente Popular manifestaban en su programa los acuerdos y también los desacuerdos. Esto es lo que quería decir el libro (Confluyendo – ¿De qué hablamos cuando hablamos de confluencia?), del que regalé un centenar de ejemplares a políticos, que no hicieron el más mínimo caso.

En el cine y en la televisión, sin embargo, parece estar muy de moda explicar lo que pasó, aunque quizás de forma esquemática, o interesada. ¿Esto contribuye a la recuperación de la memoria histórica?

En algún caso, sí. Pero no en todos. Al hablar de memoria histórica deberíamos preguntarnos, tal vez, para qué me sirve cuando estoy a punto de tomar una decisión para el futuro, que puede ser simplemente un voto. Cuando se vota, pensamos en lo que ha pasado y en el que puede llegar a pasar. Cabe preguntarse, muy en serio, que podría pasar si, por ejemplo, Vox se convirtiera en el partido mayoritario. Hitler subió democráticamente al poder. Perdemos mucho el tiempo, no charlamos y no hay reflexión… Esto de decir «nos lo pasamos muy bien, no pensamos en nada», está en boga, pero es suicida.

Lenin decía que las masas aprenden mucho más de los hechos que de las palabras…

Sí, pero hoy en día hay tantas cosas por aprender  que nos empachamos. Antes era simple. Había obreros y patrones. Algunos eran más paternalistas y otros explotadores. Y eso se sabía. Si el dueño se pasaba, el obrero luchaba. Ahora, el obrero, si es que existe, el precario… ¿contra quién tiene que luchar? ¿Contra el fondo de pensiones noruego, que es quien le está desahuciando? Se puede percibir el papel de los esbirros, de quien hace el trabajo sucio, pero se ha diluido la responsabilidad. En esto de enmascarar la realidad, la derecha ha sido muy hábil.

¿Qué papel juega la memoria histórica en lugares como Alemania o Francia, que han vivido acontecimientos históricos tan terribles como dos guerras mundiales?

Los amnésicos, de Géraldine Schwarz, narra precisamente eso. Habla de los Mitläufer en Alemania, de los que siguieron la corriente. La gente dejó pasar, y la reacción luego fue decir que no sabían nada. ¿No sabían nada cuando señalaban las tiendas de los judíos? Quizá no era de dominio público la existencia de los campos, pero sí se sabía que el vecino judío había desaparecido de repente. Esto ocurre cuando no hay una reflexión serena. El pasado es parte de uno mismo y de las sociedades de las que forma parte. Hay que asumirlo, aunque nos tengamos que arrepentir. Historia y memoria son diferentes. La primera se refiere sobre todo al hecho y las segundas incluyen el relato y, en consecuencia, la emoción. El oficio de historiador es importante, siempre que se ejerza con honestidad.

Los hechos acaecidos y su interpretación ¿son, en definitiva, la materia prima de la creación de conciencia?

En el fondo, la opinión se va formando con una lluvia fina de aquí y allí. Ahora estoy viendo Marsella, una serie francesa que plantea la lucha contra la mafia, que quiere abrir un casino en la ciudad. En algún momento, no puedes dejar de preguntarte sobre el interés de montar casinos en la zona de Salou. Un proyecto que aún está vivo.

¿La memoria histórica está reñida con las realidades del presente, o al contrario?

Paul Claudel decía que en la vida hay un tiempo para tomar y otro para dejarse tomar. Durante mucho tiempo, estudié, leí, me relacioné… Acumulé conocimientos. Ahora también quisiera aportar algo. Me preocupa la desconexión entre el mundo de la política y el conjunto social. Se dice que la gente ha abandonado la política, pero yo creo que es al revés. Es la política la que no tiene en cuenta al ciudadano. ¿Por qué los viejos que son víctimas de un atentado fascista a la película Novecento iban a la Casa del Pueblo? Porque había una estufa, se les acogía con calor. No habían leído Lenin porque eran analfabetos. ¿Dónde está ahora la estufa? Ahora escribo sobre qué significa participar. Sobre por qué la gente se apunta o no, colabora o deja de hacerlo. La gente alega que no tiene tiempo, y a menudo tiene miedo de comprometerse. Además, cuando alguien se acerca a un colectivo ve que no siempre es fácil integrarse.

¿Como dice Atahualpa Yupanqui, que no se quede callado quien quiera vivir feliz?

En mi web Reivindica.com hay tutoriales que explican cómo se puede colaborar en la difusión del colectivo con el que se simpatiza; puede ser un primer paso. También me refiero al diálogo, a la relación entre las personas. Cuando se dice «hablamos», respecto al proceso, se quiere decir que hablarán los top, los políticos. No sé qué harán ellos, pero ¿y la gente? ¿Y el vecino o el compañero de trabajo? ¿Hablamos con ellos? En la web se dedica un espacio bilingüe a los artículos de opinión que van apareciendo en torno a esta cuestión: «Parlant/Hablando«. No diga «hablen», sino «hablemos», todos. Hagámoslo. La fractura entre catalanes que ha generado el proceso no es un efecto colateral, sino su centralidad, el núcleo de la cuestión, y esto no se arregla solo con política, aunque esta sea imprescindible. Todos estamos obligados a hablar, mucho, con respeto, pero sin pelos en la lengua.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]