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QUE DESOBEEIXI UN ALTRE (Andreu Pujol. EL TEMPS 30.1.2020)

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Si la JEC se fijó en las sedes de la Generalitat, no es porque velara especialmente por la «neutralidad» -si es que eso puede existir cuando la bandera estatal oficial solo representa una porción minoritaria de la población catalana-, ni que hiciera una revisión general de todo lo que había expuesto a los edificios institucionales bajo su jurisdicción. Simplemente miraban donde les interesaba mirar.

A la hora de sustituir los colores de la pancarta y acabar por sacarla, el presidente Torra consideraba que no valía la pena jugarse la inhabilitación por una cuestión simbólica sin más recorrido. Seguramente reflexionó, muy sensatamente, que un episodio de desobediencia requiere de gran coordinación, preparación y empuje, tal como ocurrió el 1-O, para que dé algún fruto. Entonces, lo que no se entiende, es que ahora pidan que desobedezca otro.


Si la JEC es va fixar en les seus de la Generalitat, no és pas perquè vetllés especialment per la “neutralitat” –si és que això pot existir quan la bandera estatal oficial només representa una porció minoritària de la població catalana-, ni perquè fes una revisió general de tot el que hi havia exposat als edificis institucionals sota la seva jurisdicció. Simplement miraven on els interessava mirar

A l’hora de substituir els colors de la pancarta i acabar-la traient, el president Torra considerava que no valia la pena jugar-se la inhabilitació per una qüestió simbòlica sense més recorregut. Segurament reflexionà, molt assenyadament, que un episodi de desobediència requereix de gran coordinació, preparació i empenta, tal com va passar l’1-O, per tal que doni algun fruit. Aleshores, el que no s’entén, és que ara demanin que desobeeixi un altre.

TEXT COMPLET A EL TEMPS 30.1.2020


TRADUCCIÓN AL CASTELLANO:

Fue entre el 22 y el 23 de marzo cuando se vivió el episodio de las pancartas en el Palau de la Generalitat. Va bien hacer un poco de memoria de cómo fue el asunto: primero había, en el balcón de la plaza de Sant Jaume, una pancarta con un lazo amarillo que pedía la libertad de los presos políticos y los exiliados. Luego, debido a un requerimiento de la Junta Electoral Central para retirarla en periodo electoral al considerarla un símbolo partidista, se cambió por otra pancarta igual que sustituía el lazo amarillo por un lazo blanco con una franja roja. Jugada maestra. En medio se pidió la opinión sobre el asunto al Síndic de Greuges Rafael Ribó, que determinó que se debía retirar la pancarta. Finalmente, ya fuera del plazo fijado por la JEC, se terminó poniendo una tercera lona que mencionaba el artículo decimonoveno de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el que hace referencia a la libertad de opinión y de expresión.

El exceso de celo de la JEC es evidente que tenía motivaciones ideológicas. En cientos de edificios oficiales de todo el estado hay pancartas con lemas que pueden ser considerados solo aceptables para una parte del arco parlamentario, más ahora que ha irrumpido la derecha más extrema en las instituciones. Desgraciadamente, ya no son de consenso tampoco los eslóganes contra la violencia de género, ni las proclamas contra el racismo, ni las consignas para la acogida de refugiados. Tampoco lo eran las colgaduras que pedían el fin de ETA en las fachadas de algunos ayuntamientos vascos y navarros, ni las banderolas que reivindican el acercamiento de los presos en otros consistorios de los mismos parajes. Por lo tanto, si la JEC se fijó en las sedes de la Generalitat, no es porque velara especialmente por la «neutralidad» -si es que eso puede existir cuando la bandera estatal oficial solo representa una porción minoritaria de la población catalana-, ni que hiciera una revisión general de todo lo que había expuesto a los edificios institucionales bajo su jurisdicción. Simplemente miraban donde les interesaba mirar.

Ahora bien, la cronología de los hechos que antes describíamos, lejos de retratar una desobediencia heroica y una insubordinación audaz, muestra unas fintas para adaptarse a las imposiciones estatales con el mínimo de deshonra posible de cara a la galería. Es basándose en esta realidad que aún sorprende más el griterío desatado el pasado lunes en el Parlament de Cataluña cuando se tramitó la pérdida de la condición de diputado del presidente Torra. Escribía Pilar Rahola, indignada, que «ponerse de rodillas ante la JEC, que no es nadie, sí es estéril. Y, además, es penoso”. Bien podrían referirse estas duras palabras a la retirada de aquel 23 de marzo, pero eran para exigir el desacato de la cámara parlamentaria para permitir conservar el escaño a un diputado que terminó acatando (aunque más allá de la fecha límite).

En la misma línea, se expresaba Josep Costa, diputado de Junts por Catalunya y vicepresidente del Parlament. Utilizando unas palabras de Winston Churchill que decían: «le dieron a elegir entre conflicto y deshonor. Ha escogido el deshonor y también tendrá conflicto «. El primer ministro británico se refería a las políticas de apaciguamiento respecto la Alemania nazi de su predecesor Neville Chamberlain. Otra vez esto sería aplicable a la retirada de la pancarta, como queriendo decir que la retiraste y te suspenden igualmente como diputado, o bien a la suspensión de la declaración de independencia del presidente Puigdemont, como queriendo decir que la suspendes y te persiguen igualmente, pero no. ERC sería Chamberlain y los nazis serían la JEC o España, a nuestro entender.

Seguramente, a la hora de sustituir los colores de la pancarta y acabar por sacarla, el presidente Torra consideraba que no valía la pena jugarse la inhabilitación por una cuestión simbólica sin más recorrido. Seguramente reflexionó, muy sensatamente, que un episodio de desobediencia requiere de gran coordinación, preparación y empuje, tal como ocurrió el 1-O, para que dé algún fruto. Entonces, lo que no se entiende, es que ahora pidan que desobedezca otro.