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UN PAR DE TALLAS MÁS

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Los pantalones bailan, sus perneras ejecutan una suerte de ragtime al ritmo que marcan dos guantes de cocina que, desde cuerdas  vecinas, sincopan la base de ”Who walks in« jaleados por las mangas de una camisa que ondean como los brazos de una bailarina oriental. Fondo de coros que ulula torpemente esa funda de almohada que pugna por desasirse de la cuerda que aprisiona su cintura con ansia, que…
Viento enfurecido que despeina las neuronas.

Y ahí, en una esquina, contra el mástil del tendedero, pendulea una prenda extraña. No, no  es mía. Sin duda.
¿Tul, gasa… ? Palpo su liviandad casi transparente que impregna de calor mi mano. ¿Cómo puede ser que esté tibia?. En su fino tejido, estampada una escena que… ¡no puede ser, es ella!

(…)
Ding, dong

Ñeeeec

– Buenos días, Te he oído subir.

– ¿Cómooo? ¿Mía? ¿En tu tendedero?.

– Estoooo, ¿no la habrás despleg…  ? …déjalo. Ah, gragracias.

Ñeeeecplás.
(…)

Hay otra en las ramas de la palmera frente a la ventana.

Una más pasa volaaaando a toda pastilla, camino de nosesabedónde.

Otra es cazada al vuelo ¡chas! por una gaviota que ahora se agita ¡aaaarg! atragantada.

Vuelan, surcan las aceras y se estampan en las fachadas. Pero debo salir, ya casi es la hora y el viento no es excusa. ¿Cuándo me ha asustado a mí un día de viento, eh?.
¿Dónde guardo aquel ridículo gorro de lana?. Está sin estrenar.

“Creo que te lo he comprado pequeño”, dijo la Tía Pili el invierno pasado. Ella, como casi siempre, tenía razón: con mi almendraca, un par de tallas más no hubiesen venido mal. Pero me da cierto reparo cambiar un regalo y seguro que duerme plácidamente en… sí, tiene que estar ahí.
Me pica la frente sólo de pensarlo, pero creo que hoy es el día para liberarlo del cajón de los “pongos”.
¡Equipado y listo para salir!.
Un viento como el de hoy no sólo extravía sombreros y roba pelucas: hace que las ideas se evaporen de las cabezas y vaguen por el paisaje en busca de un nuevo cráneo en el que habitar.
Las mías no volarán. Gracias, Tía Pili

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