A veces, los dioses se conjuran para salvar a un pueblo del abismo. Al igual que se abrió el mar Rojo para dejar pasar a Moisés, aquí cuajó la moción de censura y, tras infinitos contratiempos, errores y discrepancias, se logró el cambio de gobierno. Sí, nos salvaron, porque ¿alguien se imagina la enorme e inusitada crisis sanitaria actual, gestionada por el ínclito Rajoy, el de los filetes de chapapote?, ¿alguien se imagina atravesar el desierto económico que nos espera, de la mano de Montoro , De Guindos o Fernández Díaz?, ¿alguien se imagina la adaptación de la enseñanza a los nuevos requisitos llevada por Wert? No sigo, no quiero que el lector tenga pesadillas.
En este sentido, Cataluña ha tenido peor suerte. Basada en una ley electoral «española», hecha a medida del clientelismo rural convergente, y que no han conseguido ajustar ni la modernidad fashion de Ciudadanos, ni el guante de seda apolillada de PSC, ni la precariedad estructural de los Comunes, y, menos aún, el miedo cerval al qué dirán de ERC, el país ha sufrido la más deplorable serie presidencial que ni en los peores sueños hubiera imaginado. Sí, las presidencias de Mas (el de los recortes), de Puigdemont (el de los faroles para tapar los recortes) y de Torra (el de las carreteras para tapar los faroles) han dejado la estructura social, política y económica hecha un desastre.
Seguimos imaginando: ¿Cómo deberíamos afrontar la pandemia, en el caso de haberse proclamado la soñada República catalana, con una deuda a negociar con nuestros vecinos, fuera de Europa, en un largo proceso de negociación para entrar en los diversos organismos internacionales (OMS entre ellos) y con la ciudadanía dividida? En eso sí que los dioses nos fueron favorables, aunque dejaron un capítulo para cubrir: Torra, no es, no ha sido, ni será, un gestor mínimamente apropiado. Es un agitador, y de los buenos, pero eso no quiere decir que el tiempo que le dejan libre sus constantes proclamas incendiarias, lo use con la eficacia, ecuanimidad y sosiego que las circunstancias requieren.
Este artículo no va de independentismo. Querer la independencia de un país, una comarca o un pueblo es legítimo, y gente de gran valía y honestidad así lo sienten. Estas líneas van de gestión de una crisis. Como decimos en Cataluña: «No hay malos negocios, sino negocios mal llevados». Se gestionó mal la crisis económica anterior, se gestionó mal la propuesta de independencia, y se gestiona mal la convivencia social de país, por no hablar de la pandemia. Pero aquí están, clamando contra todo «lo otro», sin ganas de intentar empujar un carro que no es catalán, ni español, ni siquiera europeo, sino mundial. Un presidente pendiente de inhabilitación (¿cómo se puede inhabilitar alguien tan inhábil?, no será una condena sino una constatación), no puede estar pidiendo a cada momento gestionar a su aire un problema ante el que se han doblegado todas las naciones, hasta las que tienen un gobierno sólido, lo que no es su caso.
Es habitual en política hacer gestos simbólicos. A falta de análisis estructurados, de propuestas de futuro, se vive del gesto. El señor Rufián o la señora Borràs, votaron en contra del estado de alarma porque «de vez en cuando hay que llamar la atención». ¡No iba de camas, de contagios, de mascarillas, ni de muertos! Como «de vez en cuando» se ha de hacer un gesto, se ha de marcar no paquete no más grande sino diferente, frívolamente, eligieron el momento más grave para el país, sea este España, Cataluña o Villaconejos.
Los gestos pueden ser impactantes, algunos pueden hacer incluso sonreír, pero dudo mucho que de gesto en gesto -alabado sea San Vito-, se vaya hacia la independencia y ni tan solo a la primera esquina. ¿Probamos con otros? ¡Ponga las urnas, presidente!
Artículo publicado en CLUB CÒRTUM, el 25.05.2020.