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VENITE ADOREMUS

Parece que por fin tendremos un gobierno de discordantes, lo que no deja de ser ya una costumbre en nuestro querido país. Durante los últimos años, incluso cuando ha habido presidente, las instituciones se han visto entorpecidas por acciones erráticas y disensiones internas. A pesar de las declaraciones, ultimátums y promesas, que han perdido toda credibilidad, tarde o temprano, un día u otro, tendremos presidente. Pero no es este el cargo que debería preocuparnos. Dice el diario ARA (05/11/2021) que hay 500 cargos pendientes de la resolución de las disruptivas conversaciones en curso, lo que equivale a salarios por un total de unos 40 millones de euros. ¡Poca broma!

Y no es ninguna broma tampoco el criterio que se seguirá para llenar los puestos vacantes. Vista la trayectoria del último presidente, llamado vicario, de la actual presidenta del Parlamento o la errática trayectoria de la Cámara de Comercio, mucho me temo que sea más importante la pureza ideológica y la fidelidad ciega al líder, que no la idoneidad para el cargo. Hace tiempo que vivimos el mismo problema: gente dócil pero inadecuada para la tarea salvo si se considera que esta no es otra que la confrontación inútil. Los empujones de unos y otros, y los jugosos sueldos, impiden un reclutamiento adecuado. La situación se complica cuando son dos y no una los comederos donde acudir para recibir el premio a la sumisión. También lo empeora el hecho de que la tarea primordial de un bando deberá ser vigilar y, si puede ser, enturbiar la gestión del otro. Se confirmará la continuidad del encargo de Waterloo: ir hacia lo “peor”, como puerta para entrar en el “mejor” de los mundos, tal vez, algun día.

El clientelismo no es de ahora. Ya en la antigua Roma se había institucionalizado. El patricio se rodeaba de «clientes» que le daban prestigio, a cambio de que él les proporcionara cobertura jurídica, préstamos y puestos de trabajo. Esto lo entendió y practicó Jordi Pujol a la perfección por todo el territorio, ayudado por una ley electoral a medida. Y ahora, la pelea es por apoderarse de su herencia. Aquí radica la gran dificultad en ponerse de acuerdo: en querer controlar al máximo los resortes de poder, copar los puestos clave de la administración (¡Ah, TV3!), y poder retribuir a los amigos con un cargo de confianza, merezca o no el sueldo por el trabajo que resulte. Dado que la pelea continuará, e incluso se endurecerá durante la legislatura (por corta y estéril que sea), que en la elección de candidatos que está centrando la actividad política, primará el seleccionar gente de probada fidelidad, de seguimiento ciego de las instrucciones recibidas. En el casting no entra la mayor o menor capacidad para ejercer el cargo. Al contrario, cuanto más brillantes y eficaces, más peligro de pensamiento propio e independiente habría, lo que no sería tolerable por la cúpula (¿recordamos al señor Cuevillas?). Ante una decisión, la pregunta básica será: ¿qué se quiere desde Bélgica (o Lledoners) que hagamos? Y no: ¿cómo podemos mejorar la situación de (todo) el pueblo catalán?

Ya que hablamos de él: ¿y el pueblo qué? Dice Platón en su Fedro: «los humildes sufren, cuando los poderosos se pelean». Y añadiría, terminan por buscarse la vida, prescindiendo de las instituciones, lo que es comprensible, pero que abre la puerta a toda clase de populismos y ninguno bueno. Dice otro sabio: «No hay malos negocios, sino negocios mal llevados». La elección partidista y clientelar de los 500 cargos en cuestión es una garantía de que, desgraciadamente, Cataluña seguirá formando parte del último grupo.

(Artículo aparecido en catalán en CLUB CORTUM el 18.05.2021)