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NEOFEUDALISMO

NEOFEUDALISMO    (Artículo publicado en catalán en Atoms del Club Còrtum)                                                                                 A. Cisteró

 

Da más miedo un virus invisible que un lobo con el pelo erizado. El primero no lo vemos, va penetrando, a menudo causa daños que, una vez alguien se da cuenta, ya han invadido todo el cuerpo. Pensaba esto leyendo los dos magníficos artículos de Fidel Masreal en El Periódico del lunes 20 de febrero. El primero, una entrevista a Artur Mas, el segundo con el título «¿Qué se ha hecho 20 años después del plan de Mas contra la corrupción?», completado con el comentario cotidiano de J.G. Albalat sobre el juicio en Borrás.

Ya en la primera pregunta, el expresidente nos pone en alerta: «hay gente que cree que nos extralimitamos en exigencia y control». ¡Vaya! ¡La culpa no son de los desgarros, sino de hilar demasiado fino! Para el ex mandatario, parece claro que lo que se busca es que no se vea, no que no esté. Un ejemplo: es evidente que la causa de la presidenta suspendida de la cámara no hubiera salido a la luz con una exigencia y control más laxos.

Y no es un estrambote. Planea sobre muchas de las causas pendientes, aquí y en todo el Estado, donde se trata de distinguir entre el enriquecimiento propio y el desvío de fondos para objetivos no personales. Y esto con la ayuda de un legislador que lo remacha (Ley orgánica 14/2022 del 22.12.2022, puntos VI y VII), haciendo la distinción entre el mal uso del dinero público si va al bolsillo de una persona, o bien ésta les desperdicia por otros objetivos.

¿Y cuáles pueden ser esos otros objetivos? Aquí, creo, está la clave: habitualmente, en el favorecimiento de gente cercana, o sea clientelismo puro y duro. A veces no, es pura chapuza, desidia o poca habilidad en la gestión, lo que de algún modo debería también estar penado, aunque entonces no se cabría en los juzgados, dado que el acceso a muchos cargos gestores se debe más a pertenecer al círculo adecuado que en la capacidad de hacer bien las cosas.

Como el mencionado virus, el clientelismo impregna todos los tejidos del cuerpo social, lo que le hace muy difícil, sino imposible, de erradicar. Recuerdo a un empresario que me decía hace años: ¿Otra vez elecciones? A ver cuándo me va a costar esta vez. No pagaba a cambio de ningún favor concreto, sin embargo, como nunca se sabe…; mejor que manden los que, en un momento determinado, me lo podrán hacer. Cuando Masreal le pregunta sobre el problema de las ayudas de las empresas a los partidos, Mas responde: «hay que demostrar que es a cambio de algo». Así pues, si Borrás atomizaba los contratos para favorecer a un amigo, pero no se embolsaba nada a cambio, ¿actuaba correctamente? O bien, en otro caso vigente: cuando el Barça untaba a Negreira, no lo hacía  posiblemente por un partido o una falta de más o de menos; era por “just in case”, por un “nunca se sabe”.

Aquí radica el gran problema que Slavoj Zizek llama el neofeudalismo[i]. Este concepto no es nuevo, ya fue desarrollado por Furio Colombo hace cincuenta años[ii], aunque lo aplicaba principalmente a la dependencia de la ciudadanía de unos ejes de fuerza insoslayables, que en la cúpula tenía las industrias tecnológicas, nucleares y militares. Pero ese vértice superior (¡qué más quisieran nuestros derrochadores pertenecer a ellos!) va bajando, esparciéndose, penetrando en nuestro día a día, imperceptible e irrevocablemente, hasta convertirse en una forma de gestionar aceptada como habitual.

Lo vemos incluso en el lenguaje diario: este político es del círculo de aquél, este no es bien visto por los próximos a ese otro. La etiqueta, o el lazo amarillo, hacen la cosa. Es un tejido leve, quebradizo (como se vio en la defenestración de Casado en Madrid, o en el mirar hacia otro lado cuando la señora Borrás accede a los juzgados), como también ocurría en los feudos medievales. Pero lo que sí se puede constatar es que se promueve la idea de que es necesario ser de una burbuja u otra para llegar a ser candidato a un hipotético “favor”, sea este monetario, un cargo en un consejo comarcal, una licencia de obras o simplemente una llamada para que se comente un libro en televisión.

Mirado de lejos, no parece tan terrible. Pensamos que no todos los esclavos vivían mal. El truco estaba en depender del señor (pocas veces la señora, por cierto) acertado. Incluso los libres trovadores (o los arquitectos, o los pintores) que iban de aquí por allá, tarde o temprano debían resguardarse a la sombra de algún prohombre. En esa época el tributo era el diezmo, como hoy lo es el voto por el ciudadano o le ayuda a una fundación para el empresario.

Si pensamos en la simplicidad de la Edad Media y lo extrapolamos a la complicación actual, la cosa se hace aún más evidente. La geopolítica, los algoritmos, las leyes y sus múltiples interpretaciones sesgadas alejan al ciudadano de a pie del control de su devenir. Así que, promovido políticamente y ayudado por cierto cansancio mediático, la gente piensa que: “bueno, que más da, en el fondo yo voy tirando; tampoco hay tanta diferencia: los buses pasan más o menos a la hora (evito hablar de Cercanías), cobro el sueldo regularmente (quien lo hace) y un día tendré una pensión, así que por el hecho de que quien lo gestiona desmenuce contratos, tenga “herencias” en Andorra o menosprecie los controles y la transparencia, tampoco hay para tanto. Queda fuera del razonamiento la reflexión sobre las bases donde se asentará el futuro, dado que los servicios públicos, el nivel salarial, las pensiones y tantas otras cosas se irán conformando por la acción de unos u otros, con resultados muy diferentes, que la gente se empeña en no ver. Levantamos el futuro sobre pilotes carcomidos.

Sí, tienes razón, lector: hay muchas quejas, manifestaciones, mucha gente consciente. Y respondo que sí, que muchos se dan cuenta del juego, pero muchos, muchos otros, muchos más, ¡no! O no es éste el objetivo de la degradación de la imagen de las instituciones que persigue a la derecha. Cuando en unas elecciones (Cataluña al Parlament, 2021) hay cerca de un 47% de abstención[iii], significa que a la mitad de la población le importa un rábano los asuntos públicos y quien los gestiona, primera premisa para que éste pueda hacer lo que quiera. Es por eso por lo que se necesitan los controles que hagan el trabajo de limpieza y censura que los ciudadanos, en las urnas, no hacen.

En el diario que menciono al principio salía también un sondeo, según el cual el 80% de las respuestas indican que perciben que en Catalunya hay bastante o mucha corrupción, frente al 20% que ve poca o ninguna. No sólo esto, un 51% considera que ha aumentado y sólo un 8% que ha disminuido. No, señor Mas, la solución no pasa por no hablar de ello o no controlarlo de cerca; exige apartar de la gestión a todos aquellos que hayan metido mano en la caja, sea en beneficio propio o de algún otro, y si no lo hacen las urnas, cosa que por ahora no han hecho, debe hacerlo, desgraciadamente, la justicia, caiga quien caiga. Mal vamos cuando son los principales gestores de los asuntos públicos quienes piden ensanchar la manga. Como dice Horacio[iv]: “De esta fuente ha derivado el azote que se ha extendido por la patria y el pueblo”.

 

 

 

 

[i] La Vanguardia, 23.2.2023. Página 37.

[ii] ECO U., COLOMBO, F., ALBERONI, F., SACCO, G. La nueva Edad Media. Madrid, Alianza Editorial, 2010. Pàg. 39 (primera edición el 1974)

[iii] https://www.ccma.cat/324/eleccions-parlament-2021/

[iv] HORACIO, Odas, 3, 6, 19. Hoc fonte derivata clades in patriam populumque fluxit.